jueves, 23 de enero de 2014

SABER DECIR de Adela Cortina


Doña Adela Cortina, ha escrito EN 2011 lo que sigue  en El País.

"Me lo sé, pero no lo sé decir" es una de esas
angustiosas expresiones, a medio camino entre la coartada y la sinceridad,
que se oye decenas de veces en la escuela. Ante la pregunta elemental cuya
respuesta el alumno debería conocer, o al menos eso se supone, responde con
esta ancestral muletilla, con la que pretende defenderse de cualquier
sospecha de ignorancia.
Pero la situación no mejora con eso, porque no saber la lección será malo,
pero no saber hablar -o escribir- es mucho peor. La pobre libertad de
expresión, tan amenazada ya en los regímenes autoritarios por la malsana
tendencia a cerrar medios de comunicación o encarcelar sospechosos, y en los
países democráticos, por el peso inmisericorde de lo políticamente correcto,
tiene en la incapacidad de expresarse el peor enemigo.
El hombre -venía a decir Aristóteles- es un animal social, porque cuenta con
un tesoro precioso, la palabra, que le permite deliberar con las demás
personas sobre lo justo y lo injusto, sobre lo bueno y lo conveniente. Y
esta es la buena vida social, la de aquellos que dialogan sobre sus deseos,
sus preferencias, sus valores y tratan de decidir conjuntamente qué les
parece mejor. Pero ¿cómo puede llevarse adelante este proyecto de vida en
común sin, entre otras cosas, saber decir? Podría parecer que en esta
nuestra "sociedad de la información" la infinita cantidad de cauces de
comunicación, el número apabullante de redes que conectan entre sí todos los
lugares de la tierra, nos ha salvado de las limitaciones comunicativas de
otros tiempos.
Los chats, los blogs, la televisión y la radio interactivas, las TIC que
pueblan las aulas escolares y universitarias, por supuesto los correos
electrónicos y los teléfonos móviles con su inabarcable cantidad de
prestaciones y, por último, pero no en último lugar, el Power Point son
medios tan poderosos para conectar a las gentes que la incomunicación entre
los seres humanos debería dormir ya el sueño de los injustos.
Pero ¿es realmente así?, ¿nos comunicamos mejor por eso? No parece. Y tal
vez en el fondo de ese fracaso se encuentre, entre otras muchas causas, ese
no saber decir, ese descuido del lenguaje, que es un mal endémico.
Si atendemos al vocabulario habitualmente usado no solo en la calle, sino en
los medios de comunicación y entre los personajes públicos, al Diccionario
de la Real Academia Española le sobran miles de términos. Con unos cuantos
intentamos arreglárnoslas para expresar tal cantidad de contenidos que el
fracaso está asegurado y el intento naufraga en un lenguaje paupérrimo. Caso
emblemático es el del verbo "realizar", que lo mismo pretende servir para un
roto que para un descosido. Como decía hace poco un amigo, acabaremos
"realizando" tortillas.
No ayuda mucho en este menester el lenguaje de los SMS, tejido de peculiares
abreviaturas y "emoticonos", ni la celeridad febril con la que suelen
escribirse los mensajes electrónicos. Se redactan a toda prisa, con la misma
prisa se envían, y si por casualidad al remitente se le ocurre repasarlos
después de haberlos mandado, se le hiela la sangre en las venas ante la
cantidad de faltas cometidas, si es que tiene un mínimo de sensibilidad ante
el asesinato de la lengua. Y no son solo gentes de escasa formación cultural
las que llenan de faltas los correos, sino profesores de solera, personas
supuestamente cultivadas, alumnos brillantes. Encontrarse con un inadecuado
"de que" en el lenguaje oral y escrito, topar con un rotundo "a grosso
modo", y enterarse de que la misa fue "de corpore insepulto" son cosas
corrientes en la vida cotidiana.
Claro que con la que está cayendo en materia laboral y económica este
descuido del lenguaje parece una nimiedad. En nuestro país es urgente esa
reforma estructural de fondo que genere empleo, cuide la sanidad y la
educación antes de que sea demasiado tarde, que ya lo va siendo, permita
atender a los dependientes, cree riqueza material e inmaterial, tenga en
cuenta a los países incapaces de salir de la pobreza por sí solos. Pero lo
cortés no quita lo valiente, no se trata de optar ante un dilema, sino de
construir una sociedad capaz de cuidar de todos sus bienes con esmero, con
delicadeza, con responsabilidad.
Saber hablar, saber escribir, saber decir son capacidades básicas. Quienes
cuentan con ellas tienen un poder del que carecen los que no saben expresar
lo que llevan dentro.
Pero para cultivar esas capacidades es indispensable la formación que viene
de la lectura habitual y atenta de buenos libros, viene de una escuela
convencida de que se hace un flaco servicio a los alumnos cuando no se les
ayuda a cuidar el lenguaje, a saber comprender, exponer, redactar, porque
más libres serán de comunicar lo que piensan los que manejan el discurso con
soltura. Los informes sobre la calidad de nuestra educación nos ponen una
nota pésima y, por desgracia, no sin razón.
Y es que sin duda es malo para una sociedad quemar libros, pero no es mucho
mejor no leer los que están en la calle ni es mucho mejor destrozar el
lenguaje.


Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad
de Valencia
FUENTE:
http://elpais.com/diario/2011/04/01/opinion/1301608805_850215.html


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